sábado, 14 de junio de 2014

AMOR SE ESCRIBE SIN H - Por ENRIQUE JARDIEL PONCELA (FRAGMENTO)



Retrato físico 


         Si las mujeres dejasen de leer de pronto, todos los que nos ganamos la vida escribiendo tendríamos que emigrar al Níger. Quiero decir que el público literario en España está casi exclusivamente constituido por las mujeres. Y las mujeres, cuando se fijan en el trabajo de un escritor, se apresuran a imaginárselo a su gusto. Después, cuando conocen personalmente al escritor, vienen las desilusiones. 

         Para evitar esto en mi caso, es para lo que estampo el retrato físico, pues de los retratos que hacen los fotógrafos no puede uno fiarse nunca. 

         Soy feo, singularmente feo, feo elevado al cubo. Además, soy bajo: un metro sesenta de altura, como advertí en el prólogo de otro libro (1). Y con esas dos primeras declaraciones, me supongo ya fuera del alcance de las lectoras apasionadas. 

         Soy delgado, de pelo negro, ojos oscuros, rostro afilado, orejas pequeñas, barba cerrada (afeitada con "Gillette") y cuello planchado (con brillo). Mis facciones, que se animan en la conversación, tienen, cuando no hablo, una expresión dura, tirando al enfado. 

         Mi esqueleto está proporcionado: doce grados menos proporcionado que "Apolo" y veinticinco grados más proporcionado que "Quasimodo". 

         Soy hábil para toda clase de trabajos manuales, incluido el trabajo de liar cigarrillos, aunque los compro siempre liados por la Abdulia. Co. Ltd. (2). (Me gusta el campo, el arroz, los huevos fritos, las mujeres y el "beefsteack" con patatas.) No pruebo el pescado desde hace ocho años; no bebo vino ni licores y mis órganos funcionan con la exactitud de un funicular. 

         Nunca he padecido enfermedades repugnantes, esas enfermedades deshonrosas de que los hombres suelen hacer gala. Mi salud es perfecta, como la "Casada", de Fray Luis. 

         Disfruto de unos músculos resistentes, aunque no se nota a primera vista, y no hay esfuerzo físico que los haya humillado. Con la mano derecha sostengo 101 kilos; con la izquierda, 56, y con las dos manos sostuve mi casa cuando he tenido casa puesta. (Salto, corro, ando, trepo y juego al ajedrez sin fatigarme. Me gusta subirme a la trasera de los automóviles y bajar de los tranvías en marcha, sobre todo cuando van "al nueve".) 

         He viajado a pie, en auto, en bicicleta, en sexiciclo, en ferrocarril, en trasatlántico, en avión, en locomotora y en lancha. He cruzado túneles a oscuras andando, y he soportado veinte minutos de acrobacias aéreas en un aeroplano militar de caza, mientras el cinturón salvavidas se me desabrochaba y me obligaba a aferrarme con las dos manos al "baquet" para no dar un salto de 2.500 metros. En estas condiciones ejecutar volteretas en el aire, ver las nubes abajo y los campos, las casas y los árboles arriba, es bastante entretenido.) 

         Me siento capaz de injerir hasta nueve cafés diarios sin que mi sueño se vea turbado por otra cosa que no sea la llegada del correo de las doce. Duermo con la tranquilidad de los justos y de las marmotas, y el sueño me produce dos efectos curiosos: me pone de mal humor y me ondula el pelo. 

         Físicamente, por lo dicho, no reúno condiciones bastantes para obtener un solo elogio de las personas entendidas en estética. (Esto le sucede al 999 por mil de los hombres, con la diferencia de que yo lo reconozco y lo digo, y los demás abrigan la pretensión de creerse guapos y seductores. Y es que el hombre es el animal que más se parece al hombre.) Sin embargo, y tal vez por mi escasa estatura, ejerzo una notable influencia de simpatía sobre las multitudes, lo que he podido comprobar siempre que de una manera u otra me he dirigido personalmente al público.


Retrato moral 


         Con respecto al carácter, soy un sentimental y un romántico incorregible. Pertenezco, aun cuando tal declaración produzca cierta extrañeza, al grupo de los de... la vielle boutique romantique...

         Naturalmente que, en el fondo, como todos los románticos y los sentimentales, soy un sensual, pues el romanticismo no es sino la aleación de la sensualidad con la idea de la muerte. Pero eso no quita para que adore las puestas de sol y las noches estrelladas; para que, instintivamente, busque la dulzura en la mujer; para que me guste besarle las manos y los hombros; para que al final de una sesión de amor le haya propuesto el suicidio a más de una; para que ciertas melodías me dejen triste; para que haya llorado sin saber por qué en brazos femeninos y para que haya hecho, en fin -y esté dispuesto a hacer todavía-, muchas de las simplezas inherentes a los románticos y sentimentales. 

         No obstante, lo común es que me haga reír ver llorar a las mujeres. 

         Y que me haga llorar ver reír a mi hija. 

         Me gusta tratar bien a los humildes y tratar mal a los que se hallan situados en la parte alta del "tobbogan" de la vida. Odio a los fatuos, y si las leyes no existieran, dedicaría las tardes de los domingos a asesinar a tiros de pistola a todos los fatuos que conozco. También asesinaría a los que ahuecan la voz para hablar. Y a los que hablan alto sin ahuecar la voz. En resumen: asesinaría bastante gente. 

         Soy alegre; pero a veces me pongo muy triste y tengo "días grises", para combatir los cuales escribo versos, versos que rompo y no publico, porque opino que publicar y cobrar los versos sinceros es tan sucio como comerciar con la belleza de la mujer que perfuma con sus cabellos nuestra almohada. (Esos versos suelen ser malos, pero desde luego no tanto como los que se publican en las revistas ilustradas semanalmente.) 

         Es decir: soy a ratos optimista y a ratos pesimista, como persona verdaderamente sensible, ya que la vida, en suma, no es más que un torbellino vertiginoso de reacciones. 

         Soy vanidoso. (Todo el que crea es vanidoso, aunque lo creado sea un niño feo.) Soy bueno..., algo bueno..., un poco bueno... (Nada más que un poco, porque no me gusta desentonar demasiado entre mis semejantes.) Soy sincero, como lo observarán cuantos lean estas páginas. Sin embargo, en las cosas pequeñas, miento mucho; miento sin causa, miento por el placer de mentir. 

         Dentro de mi vanidad, disfruto de una gran modestia, y así los elogios, al tiempo que me agradan, me llenan de confusión y vergüenza. He tenido éxitos y ocasiones, por tanto, para que los amigos organizasen muchos banquetes en mi honor, pero jamás lo he tolerado. 

         La opinión ajena me tiene perfectamente sin cuidado; lo que los demás murmuren de mí no me ha hecho ni me hará variar jamás de conducta. Pero cuando he sabido que una persona me difamaba, la he retirado el saludo de un modo automático. Con este sistema, que recomiendo, me he suprimido el trabajo de hablar con mucho imbécil. Por lo demás, nunca me ha asustado ponerme enfrente de los prejuicios sociales, sobre todo en mis épocas de lo que el "Larrañaga", de Pío Baroja, llama "tristanismo". 

         Tengo un alma que se apasiona por ráfagas, pero el Destino y las ráfagas de desapasionamiento no han permitido que mi corazón saciase nunca por completo su rabiosa sed de ternura. 

         Soy variable y mudable, como las nubes; lo que me alegra unas veces, me entristece otras y viceversa. 

         He vivido siempre a la ligera, sin preocuparme demasiado de los problemas que me salían al paso, y sin asustarme nunca de los conflictos que mi propia ligereza me creaba, porque siempre he creído que la existencia es un juego de azar y sólo los perturbados se obstinan en regir el azar con las leyes del cálculo y del razonamiento. 

         La Naturaleza me ha concedido una enorme resistencia nerviosa y una fuerte presencia de  ánimo para resolver esos momentos decisivos que la existencia nos prepara detrás del biombo de las circunstancias. Y por su parte, éstas se han recreado en brindarme "momentos decisivos".

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