martes, 29 de noviembre de 2011

ENTRE SUS MANOS





Se despereza. Abre los brazos, respira profundo y continúa. Los únicos músculos que aparentan estar en un estado constante de movimiento son sus globos oculares.
Toma aire nuevamente.
No hay dudas, está vivo.
Su mirada, como una progresión minimalista, se traslada bidimensionalmente de sur a norte. Claro que esto ocurre solamente porque nos encontramos en un determinado lugar del mundo, ubicados de alguna manera en tiempo y espacio y bajo normas particulares, que impiden que la acción transcurra de otra forma. Si nos trasladásemos a otro lugar del mundo, a otra cultura; tal vez, y sólo tal vez, las acciones móviles que ejecuta este individuo cambiarían radicalmente.
Otro movimiento. Inesperadamente, levanta uno de sus brazos. Las acciones a seguir, si bien no son infinitas, ocupan un amplio espectro de posibilidades. ¿Cuánto puede significar la elevación de un brazo? Saludos, llamados de auxilio, someros pedidos de permiso. También pueden ser considerados como una causa que llevará, irremediablemente, a conseguir un efecto deseado (o no) Se puede levantar el brazo como signo de afecto y también es una forma imperante de ejercer temor hacia otro ser viviente. Las posibilidades, como se puede ver, son amplias y variadas, pero ninguna encaja dentro del marco que estoy describiendo.
Levanta, entonces, su miembro superior. Lo flexiona levemente a la altura de la articulación que divide al brazo del antebrazo (la acción se desarrolla metódicamente, casi como un autómata, la persona nunca se percata de estar realizando este movimiento. Para la vista de cualquier espectador ajeno a la conciencia de este individuo, el movimiento se traduciría como la programación a priori instalada en un software inconsciente) roza suavemente la yema de sus dedos índice y pulgar (quizás también se mezcló en la escena el dedo mayor, pero mi lugar en el recinto impide una observación optima del perfil derecho del mencionado personaje) seguramente, pienso, es en busca de esa humedad, carente hasta el momento, que le permitirá llevar a cabo su cometido.
En el destino de sus dígitos no intervendrá su corporalidad. El periplo, que conlleva la distancia, infinitamente proporcional a los deseos subjetivos de cada persona, consta aproximadamente de diez centímetros. Diez centímetros, que se repetirán hasta alcanzar una distancia que no acabará con el fin de la actividad que se desarrolla. Continuará, seguramente, en otro lugar, a otra hora y con otro fin. Diez centímetros que los seres humanos han repetido a lo largo de los siglos, y que, seguramente, seguirán repitiendo hasta el fin de los tiempos (si cabe la posibilidad).
Una distancia y un movimiento que no se logran cognitivamente (sí, tal vez la actividad) Los movimientos son instintivos, biológicos, universales. Son sistemáticamente los mismos en todos y cada uno de los hombres que alcanzaron (o tuvieron la gracia) las posibilidades que su medio les brindó. De esta forma emergen de la conciencia común, de un pasado compartido, las singularidades que, ahora, veo frente a mí.
Apoya el dedo sobre el vértice del objeto. En ese momento, él y el objeto parecen fundirse en un solo universo, ajenos a cualquier circunstancia. Existe a la vez, una extrañeza cualitativa que les impedirá, eternamente, estar unidos. Ambos saben que tarde o temprano todo acabará. La disección temporal logrará que la conjunción desaparezca, haciendo volver a cada uno al mundo que pertenece.
El dedo índice raspa suavemente la parte inferior del vértice, transformando lo múltiple en individual, haciendo que el futuro se vuelva presente; barajando la posibilidad infinita del volver al pasado todas las veces que se deseé. Se hace realidad el sueño humano de viajar en el tiempo, en busca de la sabiduría que no logra hallar en el presente, tan ínfimo, tan inmediato, tan inconsistente.
El futuro llega, y como siempre, es incierto. La persona se trasladará en él convirtiéndolo en “ahora”. Buceará en la incertidumbre de lo desconocido, mientras hace luz de la más absoluta oscuridad. Se sentirá inundado por la niebla, mientras las verdades y certidumbres apareces de repente, sorpresivamente. ¿No ocurre lo mismo con vivir? ¿O podemos proyectarnos más allá de nuestros límites? El amor, el desencuentro, el engaño, la mentira… la muerte. ¿No aparecen de golpe, como obstáculos en la noche?
Una vez cometido el fin, que lo llevó a consumar el hecho descrito, la persona vuelve a la postura original, simétricamente perfecta, en la cual lo encontré en un principio. 
Exteriormente es inmutable, su analogía más inmediata sería la comparación con una estatua de cera. Pero… ¿Qué pasa en su interior?
Sus sentimientos se amotinan y ya no es dueño de sus pensamientos. Las influencias, las ideologías, las subjetividades; se multiplican peligrosamente. Esto hará que se torne cada vez más difícil encontrar rasgos de felicidad. Logrará enfrentarlo al mundo y que el mundo se enfrente a él en todas y cada una de sus decisiones y elecciones. Esa postura agónica, por momentos, inflexiblemente rutinaria y dolorosa morderá su  conciencia ética y moral, y hará que segundo a segundo deje de ser quien era.
Igualmente esto no tiene importancia, no la tuvo para otros y tampoco la tendrá para él. La persona, al igual que nosotros mismos, vivirá en carne propia estos procesos, siempre que decida mantener un libro entre sus manos.  


Autor: Nicolai Kudrasov

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